miércoles, 3 de junio de 2009

Una Paradoja Científica


El siguiente es un ensayo que pretende analizar las perspectivas futuras del desarrollo cientifico en si mismo. He decidido ofrecerlo en este espacio no solo por la intima relación que existe entre los mundos de la Ciencia y de la Ciencia icción, sino porque también es una reflexión sobre lo que nos puede deparar el mañana.




UNA PARADOJA CIENTÍFICA

Dedicar toda una vida al entendimiento de las características y propiedades de una proteína tipo miosina en la microvellosidad de las células parietales del estómago del pollo puede parecer un desperdicio. A mi me lo pareció de todas formas y por ello abandoné tempranamente una carrera científica para dedicarme primero a la ingeniería y luego a la educación. Es que la cada vez más fragmentada especialización del quehacer científico ha hecho que hoy cada cual sea experto en su pequeña parcela de conocimiento pero un perfecto ignorante de lo que sucede en el laboratorio de al lado. A menos que tenga una catedra universitaria sobre algún tópico de ciencia general el científico contemporaneo no tiene mayor incentivo para mantenerse informado de los progresos realizados en otros campos. Aquello que era tan propio de los naturalistas del siglo XIX, el interés por conocer acerca de cualquier fenómeno que llamara nuestra atención ha sido ahogado por los vetustos protocolos y hábitos de la académia moderna, que resiste tercamente ante los embates de una multifacética realidad postmoderna.
Por supuesto siguen habiendo incentivos para quienes se aventuran en la torre de marfil. La perspectiva de una vida relativamente segura y predecible, el reconocimiento de los pares y de una corte de alumnos dedicados a halagar el saber vernacular, entre otros. Pero, honestamente, ¿cuantos profesionales de la ciencia pueden decir que están satisfaciendo en si mismos aquella chispa de curiosidad inherente que debiera existir en el corazón de cualquier vocación científica? Muchos quienes se sintieron llamados a la ciencia por hombres como Jacques Cousteau o Carl Sagan intimamente deben sentirse algo defraudados por no haber nunca nadado entre arrecifes de coral o haber observado las lunas de Jupiter a traves de un telescopio.
Hoy la ciencia ha dejado de ser el refugio para espíritus insatisfechos y críticos para convertirse en la prisión que despoja a sus inquilinos precisamente de todo ello. La estandarización y normalización del trabajo cientifico ha generado la trágica contradicción de que ella misma está conspirando contra el surgimiento de pensamiento original e innovativo.
Es una doble paradoja cuando más que nunca existe conciencia acerca de la naturaleza coercitiva de los paradigmas establecidos y legiones de jovenes tesistas se quiebran la cabeza intentando ser los heraldos del terremoto que remecerá los cimientos del gran edificio de la ciencia, definiendo un antes y un después del evento. La incesante busqueda de la Teoria de la Gran Unificación viene a ser un ejemplo quintaesencial de este comprotamiento.
El filósofo científico Thomas Kuhn en su brillante interpretación acerca del desarrollo de la ciencia propone que cuando una “teoría revolucionaria” es aceptada por la comunidad científica rapidamente ella se convierte en paradigma y tras su autor se alineara un contingente de abnegados investigadores que la perfeccionaran y que verificaran su aplicación en distintos contextos. La teoría original es radical por cuanto transforma nuestra imagen del mundo y le da un sentido de orden del que anteriormente carecia. Pero lo que viene despues es solo investigación incremental ya que, en su mérito, solo sirve para confirmar que estamos en lo cierto al entender la realidad desde la perspectiva adoptada. Todo va bien, por supuesto, hasta que una nueva idea revolucionaria viene a derrumbarlo todo.
Pero no es solo la teoría revoluciaria la que es impredecible e inesperada, sino que también las personas que las desarrollan. Aquella gran revolución cientifica que se originó en el renacimiento y alcanzó su culminación con Newton fue liderada por hombres formados en la Iglesia y amparados por incipientes facultades universitarias dedicadas más a asuntos de fé que de ciencia. Luego fue un fracasado estudiante de medicina y cuya mejor perspectiva era convertirse en clerigo quien fue convocado a servir en la armada inglesa como naturalista en una misión cartográfica; el hombre se llamaba Darwin. Y esta el caso del egresado de un instituto tecnólogico que no encontró trabajo y terminó como asistente en una oficina de patentes; su nombre era Einstein.
La verdad es que solo en el siglo XX la universidad ha venido a convertirse en el espacio por excelencia donde se genera el progreso científico, y sus aulas y laboratorios en efecto han sido testigos del surgimiento de ideas extraordinarias. Pero aun en ese, su mejor momento, los decanos y renombrados académicos han tenido que conformarse con ser meros expectadores pues los laureles siempre recaian en inquietos jovenes recien llegados que no temían desafiar lo establecido. Allí estaban Heisenberg, Schrodinger y Dirac con su mecánica cuantica poniendo de cabeza a Einstein y a su relatividad. O Watson y Crick que, sin miramientos ni respeto por los años, le arrebataron al venerado Pauling el honor y el privilegio de descifrar la estructura del ADN.
¿Y que hay de las propias instituciones? Pues ellas también están condenandas a ser victimas de su propio éxito. Tomemos el caso de la innovación en tecnología, que aparentemente responde a las mismas dinamicas descritas por Kuhn.
Microsoft. Cuando era una empresa pequeña podía darse el lujo de arriesgarse buscando nuevas soluciones en el campo de la informática. No era la única en esta carrera, y miles de pequeñas empresas igualmente innovativas habrán muerto en el camino. Por una combinación de habilidad, ambición y azar terminó siendo la criatura de Gates quien vino a convertirse en el dolor de cabeza de aquellos elefantes blancos en los que se habían convertido IBM, ITT y demases. Para la industria de la computación hay un antes y despues de Microsoft y su sistema operativo DOS.
Conciente de los ciclos de crecimiento radical e incremental de una industria, Gates mismo se propuso convertir a Microsoft en la primera empresa capaz de liderar dos revoluciones tecnológicas.
Pero a pesar de esta preparación y esta motivacion, ni Gates ni Microsoft fueron capaces de anticipar la explosión de internet y a duras penas evitaron quedarse fuera del juego. No es que no supieran que el cambio se venía, sino que su propio peso muerto les impidió reaccionar con la velocidad necesaria. Si Microsoft pudo seguir liderando la industria no fue por su capacidad innovativa sino solo por un eficiente uso de los recursos que acaparó durante aquella primera revolucion que si lideró decididamente.
Esta referencia al mundo empresarial cumple otro objetivo. Y es que en efecto, al igual que las empresas señaladas, la comunidad cientifica se ha estado conviertiendo en un mountruo inmovilizado por su propio peso, trágicamente conciente de su defecto pero estructuralmente incapaz de generar las soluciones necesarias. Habría que derribarlo todo y construir de cero, y eso es imposible.
Por lo tanto su capacidad de generar una verdadera revolución cientifica se ve crecientemente comprometida. Sin embargo la historia nos muestra que las revoluciones existen a pesar de la incercia de las instituciones humanas que las obstaculizan. Solo que provienen de agentes emergentes y es precisamente lo que podría pasar aquí. Porqué, ¿que otra institución aparece crecientemente involucrada en la investigación cientifica?
Al principio fueron quizas la electricidad y el transporte, luego los cosméticos y los pesticidas. Hoy gran cantidad de industrias inyectan enormes cantidades de recursos en investigación de punta, bajo un contexto y una infraestructura totalmente distinta a la de las facultades universitarias. Investigación aplicada, es cierto, pero donde quienes las implementan vuelven a ser pioneros, intentando llegar donde nadie más ha llegado. Y cuidado, porque la competencia es feroz y cada vez más las empresas se están atreviendo a invertir en ciencias puras. Así las cosas no debieramos sorprendernos si la proxima revolucion cientifica no viene de la Torre de Marfil sino que de Wall Street.

Imagen: Prometeo trae el fuego a la humanidad. Heinrich Fueger. Wikipedia

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